Nací en 1970. Ingeniero Civil de profesión, soy más bien tardío en esto de la poesía. No espero de ella que salve vidas, que cambie el mundo o haga brotar palomas y conejos de mis bolsillos; a lo más – creo – mis versos lograrán arrancar una sonrisa al lector desprevenido. Es en esa perfecta inutilidad donde a mi juicio radica la belleza de un poema: ejercicio de solitario desahogo, más cercano a la masturbación que a otra cosa (“Ocio increíble del que somos capaces” diría el maestro).
¿Algo más?. Bueno, sólo agregaré que a mis treinta y cinco años aún no le he ganado a nadie. Y lo más probable es que nunca lo haga. Perdedor compulsivo, suelo borrar mis escritos cada cierto tiempo, aunque gracias a los actuales medios tecnológicos por lo menos ya no hago avioncitos con ellos; puedo decir que de ese modo contribuyo a la preservación de nuestros bosques.